Había una bufanda colocada encima de una papelera en Chamartín, pero puesta con cuidado; uno sabía al verla que no la habían tirado; la habían recogido del suelo para que no la pisaran, la habían puesto en el borde de la papelera para que no se manchara, y para el que volviera a buscarla la viera, porque todos sabemos la alegría que da encontrar lo perdido.
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