El sábado el ascensor olía a casa de la Yaya, al olor que tenía la casa cuando íbamos a comer, a las albóndigas cocidas en el gorgor de cariño que nos tenía la Yaya.
Dicen que la santidad, la felicidad, consiste en ponerle amor a todo, pero sobre todo a lo pequeño. La Yaya, en su puchero, nos enseñó el camino de la felicidad.
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