A mí El Señor de los Anillos me pone siempre la piel de gallina, porque a uno siempre se le olvida que la amistad (que es una de las formas del amor, una de las más limpias formas del amor) puede mover montañas, llegar a Mórdor, mearse en el fogón y volver a casa silbando. A uno se le olvida lo de siempre, que el bien es más fuerte que el mal, y Frodo se lo recuerda.
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