"Ahívamiraquépantalonesmásbonitosllevaelchico". Lo ha dicho así, de carrerilla. El chico era yo. Los pantalones eran mis mallas rojas. Él era un chaval, el hijo de una familia a la que he adelantado corriendo.
Qué gracioso que le hayan gustado mis mallas rojas. Y qué curioso que me haya llamado chico, ahora que hasta las abuelas me llaman señor, "Daniel, deja pasar al señor".
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